Érase una vez que se era dos personas no muy normales que se conocieron trabajando en un sitio bastante anormal, todo sea dicho. No pensaban mucho, eran libres de hacer lo que quisieran, incluso trabajando, lo que pasa es que a una se la notaba menos y no la pillaban nunca haciendo nada indebido.
Después de peinarse, darse masajes mutuamente, jugar al ajedrez delante de las mismas narices de los clientes, gritar, maldecir, reírse en la cara de la gente, pasar de todo y más olímpicamente, trabajar juntas ayudándose mutuamente cuando alguna se veía apurada, echarse la siesta mientras el jefe no se enteraba... Decidieron irse juntas de concierto porque un cliente asiduo les dijo que él iba. Así, sin más. A una de ellas el grupo le entusiasmaba, a la otra le importaba el dichoso cliente por intentar hacer a través de él un contacto para un futuro trabajo.
Dicho esto, tan pronto como terminaron de currar, se fue cada una a su casa, se cambiaron, engulleron algo rápido y se encaminaron camino a tomar por culo donde eran las fiestas de no sé qué pueblo... Cuando llegaron preguntaron dónde era el famoso recinto ferial y ya en el concierto conocieron a dos tíos con los que se pasaron de fiesta lo que quedaba de la noche. Acabaron en una parada de autobús a las 5 de la mañana, rehusaron sabiamente ser llevadas en coche por uno de ellos algo ebrio, esperando para volver a Madrid... Cuando llegaron, pasaron por delante de su lugar de trabajo y tres horas más tarde ya estaban trabajando en uno de los días más concurridos que se recuerdan, ahí es nada.
Tras esta experiencia con la que no contaban pero que las unió más que nunca, se fueron conociendo más y más. Eran dos personas totalmente antagónicas, pero se completaban y entendían a la perfección. Tanto es así que una vez, ambas dos viviendo fuera, en Inglaterra...
