Sin ganas de nada, sin sueños, sin ilusiones. Sin ganas de salir de la
cama, reprimiéndome las ganas de comer. Ahogando las posibilidades de mejora.
Saboteándome a mí misma, desde no coger el teléfono hasta ponerme pequeños
objetivos que ni si quiera me planteo empezar a alcanzar. Acomodada a dejarme
vivir. Profundamente triste. Dejando de hacer paulatinamente todo lo que me
gusta. Alejando de mí a los que me quieren. Aislándome en mi mundo, aunque sé que
no es el real. Negándome a formar parte de una cultura que no es la mía, de
perfeccionar un lenguaje que me es extraño, de integrarme en un país en el que
no me reconozco.
Y terminé algo que nunca quise empezar. Y me arrepentí de no empezar lo que
siempre quise. Y sin parar de hacer cosas que me mantienen ocupada, que me
permiten seguir huyendo de quién soy y de lo que no sé, ni quiero saber. Dónde
voy. Qué deseo hacer. Quién quiero llegar a ser.
Esclava sin dueño, sólo de mí misma. Barco sin rumbo a todo motor. Encadenada
al río de la nada, esperando llegar a un mar que dudo que exista. Y los años
pasan, y una se cansa de vagar, de no pertenecer y sin el derecho a no existir,
pero con el anhelo de desaparecer, para poder dejar de evadirme.
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