Unas veces el comienzo es inesperado, brutalmente rápido, un clic…. Otras es algo que se gesta, sin saber muy bien cómo, algo que crece dentro de uno, de manera un tanto subconsciente… y de repente florece, germina, echa raíces que se extienden por ti… Algo vivo como por generación espontánea, no sabes ni entiendes cómo ha podido llegar a ti la semilla… Espera un momento qué semilla. ¿Tomaste precauciones? Si ni siquiera te preocupaste por regar la tierra, tenía abono de más… Además el viento soplaba tanto que era imposible que nada surgiera… Eventualmente, después de tanto consultar el tiempo, uno se vuelve meteorólogo experto en poner las condiciones más desfavorables a su alcance.
Así pues, no había posibilidad de que nada se quedase plantado, tú vas siempre
contra el viento de todos modos… Cuando vas a favor vas tan rápido que sólo
disfrutas del aire en la cara, del chute de adrenalina, de la velocidad, en un
estado de alerta distraída, pasando veloz entre la gente y los coches… Mirando
las cosas pasar, sin detenerte a admirar, no vaya a ser que alguien te
pille desprevenida, no vaya a ser que algo te distraiga, de ti, de tus
sentimientos, de tus pensamientos…
Darle a alguien la oportunidad de plantar
algo en ti… Tú no necesitas una planta que cuidar, siempre las matas de todos
modos, eres una terrible jardinera… Sólo se te da más o menos bien cuidar los
cipreses que nacen en tu cementerio, las flores que nacen de las tumbas. Ya
llevo unos cuantos cadáveres, todos dan buenos frutos. Qué bonitas son las
flores de las tumbas, el verde salvaje que nace después de la muerte que trae la
vida. Hace mucho que no visito un cementerio físico, debería pasarme por
alguno y echar unas lúgubres fotos saturadas de luz, llenas de colores cálidos
oscuros.
El nudo… El nudo puede dar par mucho, mucho por desenmarañar… o mucho por
enredar. Mejor dedicarse a ello más adelante, requiere su tiempo. Enhebrar,
empezar a tejer, darte cuenta de que se te ha saltado un punto a medio camino,
intentar solventarlo, taparlo y esperar que no se note, rezar para que no se
convierta en un agujero y se eche todo a perder. Darte cuenta de que cuentas
con poco hilo como para sujetar nada, has gastado el que tenías en reforzar
costuras que no paran de abrirse. Te pones a considerar soluciones chapuceras
en vías de que aguante algo que ya ni está pendiente de un hilo.
Cuánta dedicación buscando la armonía de colores, el balance de luces y
sombras. La constancia para descifrar y crear patrones comunes. Qué vulnerable
entrega. Bendita paciencia asentada en la fe viendo cómo va creciendo,
ajustando el espacio y el tiempo. La ilusión creativa de tener la posibilidad
de realizar un proyecto común. El tesón de una confianza inquebrantable.
Cuánta perseverancia requiere deshacer lo hecho, teniendo como base la
esperanza de crear algo de nuevo, la positividad que destila el haber
aprendido de los errores.
Tampoco hay que obsesionarse, hay más labores a las
que dedicarse. No creo que merezca la pena aferrarse a una bufanda que puede
convertirse en tu soga. Prefiero saltar a la comba con ella.
No obstante, al final tiré del
lío y me líe a desenredar.
El desenlace siempre es doloroso. Es así. Es un hecho.
Da igual si fue algo corto
e intenso o largo y calmado… Siempre que algo se acaba, cuesta decir adiós.
Despedirse de esa persona a la que pusiste a su disposición tu corazón: a
veces en bandeja de plata, otras de forma un tanto tímida... Como abriendo una
puertita pequeñita para que entre el sol y dejar ver algo de lo que hay
dentro, lo mínimo para que alguien se asome y eche un vistazo… Una rendija que
intenta contener la inmensidad, que tiende a escaparse a la mínima que ve una
oportunidad de fuga.
Lo peor, o lo más bonito y difícil, es decir adiós cuando alguien también te
ofrece su corazón. Te lo lanza en forma de canción, o te lo pone en la palma
de la mano, listo para ser agarrado y hacer con él casi lo que quieras (que no
es otra que amarlo, respetarlo y cuidarlo como el bendito tesoro que es). Algo
tan frágil y a la vez tan impetuoso. Algo tan vulnerable y a la vez tan
fuerte, palpitando, bombeando, contrayéndose y estirándose, con costuras,
tiritas, cicatrices… Sólo es totalmente nuevo el de los niños antes de que
nadie los hiera,…, luego es imposible dar con uno impoluto en los tiempos que
corren. A todos nos dan palos, algunos sangran por más largo, algunos nunca
sanan del todo, los achaques de la edad, las huellas visibles del tiempo y la
experiencia.
Lo sé, no todo el mundo es igual. Hay algunos
que lo cuidan mejor que otros (quizás no aprendieron, o nadie les enseñó a
hacerlo de una forma sana). Los hay que juegan con él de una forma un tanto
violenta, lo estrujan tanto que lo revientan; o no le prestan atención, mucho
menos se les pasa por la cabeza agradecerlo… Otros juegan de forma un tanto
maquiavélica, casi sádica… Y los que no se atreven ni a tocarlo demasiado, no vaya
a ser que les manche de sangre y les contagie algo… Los menos, lo usan sin más,
sin pedirte permiso, lo usan para su propio disfrute y
beneficio, para sanarse, para sentirse mejor. Vete tú a saber qué fin último
persiguen. No estoy hablando de usar y tirar, es peor si te reciclas, si
permites que lo vuelvan a hacer.
Pero bueno, mejor quedarse con lo bueno, siempre. La memoria de lo vivido, los
momentos compartidos juntos estando presentes, donde existían más cosas, pero
nada realmente importaba. El poder recurrir a esos recuerdos y ser capaz de
revivirlos cuando quieras, porque siguen estando en ti, presentes, disponibles
para cuando los quieras volver a visitar.
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