De un tiempo a esta parte nuestro cine, que va mucho más allá de Torrente, Lo Imposible o Almodóvar, ha sufrido una verdadera revolución creativa. El apoyo de la crítica, así como de reputados festivales, da visibilidad al llamado el otro cine español. Un fenómeno a comprender y al que prestar atención.
En contraposición al contexto en el que nos enmarcamos, surgen numerosas propuestas que defienden otra forma de entender el séptimo arte. Paulatinamente, y en una realidad aparentemente inmóvil, este cine invisible al margen de la industria ha logrado evidenciar la necesidad de reconstruir el modelo de negocio actual. Qué está pasando en nuestra cinematografía. Por qué surgen ahora tantas y tan diversas propuestas. Cómo es este otro cine español, qué intenciones tiene. Por qué se reconoce primero fuera de nuestras fronteras la calidad de nuestras historias y la forma de contarlas. Para responder a todas estas cuestiones es necesario: considerar la situación política y socioeconómica española, detenerse en es estado en el que se encuentra nuestra industria y analizar el concepto que se tiene del cine español. Esto nos dará una radiografía que explique el por qué se nos premia, por qué hay que apoyar a nuestros realizadores y por qué es necesario reeducar la mirada con la que juzgamos nuestras películas.
El desconcierto institucional evidencia que esta crisis no es sólo económica, sino también moral. La partida correspondiente al cine dentro de los Presupuestos Generales del Estado para el 2014 sufre un descenso del 9% respecto al año anterior (de los 55,7 millones de euros se baja a 50,84). Pero lo que resulta más alarmante es el 14% de reducción que sufre el Fondo de Protección a la Cinematografía del que salen las ayudas al cine (de los 39,12 millones de euros de 2013 se baja a 33,70 millones). El ministro de Cultura José Ignacio Wert justifica esta decisión en base a que “nos hallamos en un momento de revisión con todo el sector del modelo de apoyo al cine, que se pretende que descanse menos en las subvenciones y más en otros incentivos fiscales”. Por su parte, el secretario de Estado de Cultura José María Lassalle se siente satisfecho con el 18% de desgravación fiscal que han conseguido los inversores en cine, cifra bastante alejada tanto del anhelo de los productores como de lo fijado para otras artes escénicas, y promete “un nuevo paquete de medidas de estímulo fiscal”, que parece no llegar nunca. Para rematar lo que de aquí se destila, el ministro de Hacienda Cristóbal Montoro, defiende que la crisis del sector se debe a la pérdida de espectadores y a “la calidad de las películas” más que a la subida del IVA o los recortes mencionados. Ante estos hechos, la Academia de cine defiende con orgullo el cine patrio y el seguir intentando fabricar un producto cultural a gusto de todos, le pese a quien le pese y haciendo oídos sordos a lo que suceda en el país.
Lo cierto es que estos acontecimientos manifiestan lo que el director de Gente en sitios, Juan Cavestany, llama “la miseria moral de la mayoría de los dirigentes políticos y económicos, y de la gente que se hace cómplice o se va rindiendo de manera idiota”. Esta autocomplacencia y aparente normalidad por parte del Gobierno y ciertas Instituciones hace pensar que nada de lo que sucede importa realmente; para qué apoyar algo que apenas tiene éxito comercial, que no falta de calidad. En relación a Caníbal, y en palabras de su cineasta Manuel Martín Cuenca a la revista Caimán Cuadernos de cine, “ya no se trata solo de la corrupción política generalizada que nos rodea, sino de toda la crisis moral en la que estamos inmersos (…) se ha convertido en normalidad lo que no es normal”. Sin embargo, el gobierno gallego, con una nueva línea de ayudas al audiovisual, ha dejado patente lo que se puede conseguir con el apoyo de una política cultural activa. Todos vós sodes capitáns de Oliver Laxe, es el primer fruto de un reciente cine de vanguardia al margen del mercado y la producción industrial.
En base a esto, resulta primordial cambiar la visión del cine español y afrontar de otro modo los problemas a los que nuestra industria cinematográfica se enfrenta: el cambio en los hábitos de consumo que está provocando el cierre de salas (traducido en un menor número espectadores y de ingresos en taquilla), el monopolio endogámico que exuda los Goya al reforzar películas conocidas e ignorar las propuestas más arriesgadas (pero con mejores resultados artísticos), la desventaja competitiva y la falta de visibilidad en las carteleras respecto al cine norteamericano, la percepción de que el cine es caro (pese a las promociones y fiestas del cine que se hagan), la piratería (la práctica del todo gratis resulta una falta de educación alarmante), los clichés y prejuicios que tiene gran parte de la sociedad que rechaza el cine que no ve, la incapacidad de atraer al público, etc.
Esta coyuntura ha servido de abono para buscar fórmulas que, más que ceñirse a criterios mercantilistas, entienden el cine como un bien público que aporta valores y contenidos independientes de calidad a la sociedad. A raíz de Cineastas contra la Orden, allá por 2008, empieza a formarse una comunidad de profesionales que se rebelan contra los modos y el tipo de obras por las que aboga la marca España (películas caras de tirón comercial y que no tienen cabida en el marco en el que nos encontramos). Un ejemplo de esto es Diamond flash de Carlos Vermut, que se estrenó en 2011 simultáneamente en cine, dvd y streaming.
Realizadores de distintas generaciones y con diferentes estilos comienzan a colaborar para hacer un cine plural, audaz. Un cine que rompe con el relato tradicional y explora libremente las fronteras estéticas más arriesgadas, como es el caso de Color perro que huye, de Andrés Duque. Una oleada enérgica de propuestas creativas que utilizan la diversidad de formatos, las nuevas tecnologías y el low-cost para reconstruir desde una mirada crítica y retrospectiva la cinematografía española. Gracias a iniciativas como el crowdfunding Norberto Ramos del Val pudo realizar la atípica Summertime.
Estas obras buscan una distribución alternativa y sin intermediarios para facilitar el acceso al cine de todo el que quiera. Diferentes expresiones que han conseguido recabar la atención de festivales (primero internacionales y ahora también dentro de nuestras fronteras), crítica, un determinado público que es cada vez mayor y por fin, de los medios de comunicación.
De un modo u otro, pero siempre al hilo de los tiempos que corren (ayudándose por ejemplo de Internet y las herramientas digitales que antes no tenían a su alcance), nuestros directores siguen contando en imágenes una realidad que aunque sea oscura siempre es esperanzadora. Una realidad donde el arte es un vehículo para el cambio. Donde la cultura se mide por calidad y no por cantidad. Donde el cine español es valioso y merece la pena prestarle atención. Como dice Javier Angulo director de la Seminci, quizás “volver al concepto del cine como acto social, cultural y de libre debate de ideas podría ser una de las claves para un futuro más esperanzador para el cine que amamos (…). Reivindicamos más que nunca el cine intimista, el cine hecho con pocos medios pero con dignidad, ambición y verdad (…) reivindicamos un cine que sirva para algo más que para entretener”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario