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Un archivador de apuntes particulares.

21 de noviembre de 2013

Juego de espejos: el amor como forma de secuestro

Stockholm, de Rodrigo Sorogoyen



Un chico (Javier Pereira) y una chica (Aura Garrido) se conocen una noche de fiesta, hasta aquí llega la cotidianidad de la película. A partir de esa premisa, a raíz de la cual se la ha relacionado con la trilogía de Linklater, Stockholm cuenta la situación en la que se encuentra la llamada generaciónX en nuestra sociedad actual. Más allá de la guerra de sexos que se puede palpar en los diálogos- sobre todo en la insistencia de él y en los desplantes de ella-, y de la metáfora al Síndrome de Estocolmo, el punto de vista cambia radicalmente cuando en vez de ser ella la secuestrada es él quien está encerrado en su propia casa, lo importante es la articulación de la película como juego de espejos.


La comedia indie en la que se enmarca la primera parte del metraje narra lo más ingenuo, que no insustancial: el encuentro en la fiesta y un propicio Madrid desértico, la verborrea como herramienta de flirteo, la sinceridad provocada por cierta embriaguez, la superficialidad y el engaño propios de la noche, el duelo de miradas de unos actores entregados a la causa, los silencios, lo información que omiten los personajes y a de completar el espectador, la fragilidad de ella, la predisposición de él...
Por su parte, en el último tercio del film, que transcurre por la mañana, se produce un cambio género: las máscaras caen y dejan ver cómo son realmente los dos protagonistas. El galanteo deja paso a una violencia intrínseca que no es propia de una incipiente y posible relación de pareja, pero sí refleja la forma de querer y relacionarse de una juventud independiente, pero inmadura, que no sabe cómo gestionar lo que le ocurre cuando las cosas no salen como ellos quieren.


El espejo revela la realidad de una generación que roza la treintena. Jóvenes al borde; de abandonarlo todo, de irse fuera, de quedarse y seguir quejándose -o dejándose llevar-, de luchar por sus sueños y saltar sin red. Una juventud competitiva, con talento y energía, capaz de rodar una cinta como ésta en doce días con un guión casi redondo (una pincelada más sobre la herida de ella ayudaría a comprenderla mejor) y unas sólidas interpretaciones. La búsqueda de financiación para llevar a cabo el proyecto ante la falta de ayudas, entre otros medios han recurrido al crowdfundig y a la renuncia de su  salario por parte de todo el equipo, da como resultado una película intensa, amena (las cuestiones generales de las relaciones de pareja tratadas  ya nos las han contado mil veces, es cierto, pero la mirada y el pulso de Rodrigo Sorogoyen resultan alentadoras ) y con una puesta en escena austera, aunque ingeniosamente aprovechada. Una historia sencilla que demuestra las ganas de hacer cine que existe en nuestro país, aunque sea en los márgenes de la industria.

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