Stockholm, de Rodrigo Sorogoyen
Un chico
(Javier Pereira) y una chica (Aura Garrido) se conocen una noche de
fiesta, hasta aquí llega la cotidianidad de la película. A partir
de esa premisa, a raíz de la cual se la ha relacionado con la
trilogía de Linklater,
Stockholm
cuenta la
situación en la que se encuentra la
llamada
generaciónX en nuestra sociedad actual. Más allá de la guerra de sexos que se
puede palpar en los diálogos- sobre todo en la insistencia de él y
en los desplantes de ella-, y de la metáfora al Síndrome de Estocolmo, el punto de vista cambia radicalmente cuando en
vez de ser ella la secuestrada es él quien está encerrado en su
propia casa,
lo importante es la
articulación de la
película como juego de espejos.
La
comedia
indie
en
la que se enmarca la primera parte del metraje narra
lo
más ingenuo, que no insustancial: el
encuentro en
la fiesta y un propicio Madrid desértico,
la
verborrea como herramienta de flirteo, la sinceridad provocada por
cierta embriaguez,
la superficialidad y el engaño propios de la noche, el
duelo
de miradas de
unos actores entregados a la causa,
los silencios, lo información que omiten los personajes y a de
completar el espectador, la fragilidad de ella, la predisposición de
él...
Por
su parte, en el último tercio del
film,
que transcurre por la mañana, se produce un cambio género: las
máscaras caen y dejan ver cómo son realmente los dos protagonistas. El
galanteo deja paso a una violencia intrínseca que no es propia de
una incipiente
y posible
relación de pareja, pero sí refleja
la forma de querer y relacionarse de una juventud
independiente, pero inmadura, que
no sabe cómo gestionar lo que le ocurre cuando las cosas no salen
como ellos
quieren.
El
espejo revela la realidad de una generación
que roza la treintena. Jóvenes
al borde; de
abandonarlo todo, de
irse fuera, de quedarse y seguir quejándose -o dejándose llevar-,
de
luchar por sus sueños y
saltar sin red. Una
juventud competitiva, con talento y energía, capaz de rodar una
cinta como ésta en doce días con un guión casi redondo (una
pincelada más sobre la herida de ella ayudaría a comprenderla
mejor) y unas sólidas interpretaciones. La búsqueda de financiación
para llevar a cabo el proyecto ante la falta de ayudas, entre otros medios han recurrido
al crowdfundig y a la renuncia de su salario por parte de todo
el equipo, da como resultado una película
intensa, amena (las cuestiones generales de las relaciones de pareja tratadas ya nos las han contado mil veces, es cierto, pero la mirada y el pulso de Rodrigo Sorogoyen resultan alentadoras ) y con una
puesta en escena austera, aunque ingeniosamente aprovechada. Una
historia sencilla que demuestra las ganas de hacer cine que existe en
nuestro país, aunque sea en los márgenes de la industria.
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